El Concilio Vaticano II ha restaurado el
sentido del Adviento, cambiándolo de un tiempo de penitencia y conversión a su
objetivo original: un tiempo de ESPERANZA.
En Adviento recordamos la venida de
Cristo, y nos percatamos de que él tiene que venir más profundamente a nuestra
Iglesia y a nuestro mundo.
Para disponernos a hacer esto,
necesitamos conversión, naturalmente; pero más especialmente necesitamos
esperanza de que, a pesar de tener todo en contra, este reino vendrá y se
instaurará.
Para profundizar esa esperanza, tenemos
que aprender a percibir los signos, que nos desvelan que lo que anhelamos está
ya presente entre nosotros.
Que nuestro Señor abra nuestros ojos
para percibir signos en nuestra vida.