El fariseo, en vez de confrontarse
con Dios y con él mismo, se confronta con el pecador; aquí hay un su vicio
religioso radical.
El pecador que está al fondo y no se atreve a levantar sus
ojos, se confronta con Dios y consigo mismo y ahí está la explicación de por
qué Jesús está más cerca de él que del fariseo. El pecador ha sabido entender a
Dios como misericordia y como bondad.
El fariseo, por el contrario, nunca ha
entendido a Dios humana y rectamente. Éste extrae de su propia justicia la
razón de su salvación y de su felicidad; el publicano solamente se fía del amor
y de la misericordia de Dios. El fariseo, que no sabe encontrar a Dios, tampoco
sabe encontrar a su prójimo porque nunca cambiará en sus juicios negativos
sobre él.
El publicano, en cambio, no tiene nada contra el que se
considera justo, porque ha encontrado en Dios muchas razones para pensar bien
de todos.
El fariseo ha hecho del vicio virtud; el publicano ha hecho de la
religión una necesidad de curación verdadera. Solamente dice una oración, en
muy pocas palabras: “ten piedad de mí porque soy un pecador”.
La retahíla de
cosas que el fariseo pronuncia en su plegaria han dejado su oración en un vacío
y son el reflejo de una religión que no une con Dios.
EL EVANGELIO DE ESTE DOMINGO