Señor, auméntanos la fe.
Las palabras de Jesús gozaban de
credibilidad, puesto que fue el primero en ceñirse como un esclavo cualquiera
para servir a la mesa: “¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve?
¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que
sirve” (Lc 22,27). Esta es la razón cristológica de fondo que sustenta el
servicio evangélico en sus múltiples ramificaciones y manifestaciones a lo
largo de la historia del cristianismo.
La parábola del siervo, fiel
reflejo costumbrista del medio en el que Jesús vivió, es una invitación a confiar
plenamente en las funciones serviciales que cada uno tiene encomendadas. Más
allá del modelo social en que se apoyan, estas palabras adquieren pleno sentido
y relevancia para quien ha volcado por la fe su confianza en Dios. Se espera
por consiguiente de todo cristiano, y con mayor razón de los guías de la
comunidad, que cumpla su tarea con celo y fidelidad sin esperar felicitación o
recompensa especial alguna: “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
Dios requiere de los suyos “la
obediencia de la fe” (Rm 1,5), no entendida como sumisión sino como adhesión
libre y agradecida a su propuesta de salvación. Más que como tarea, el creyente
acoge su misión como una verdadera bendición de Dios. Quien a Él obedece, aun
en medio de las situaciones más adversas, se hará respetar por sus hermanos en
la fe. Sólo le queda implorar cada mañana: “Señor, aumenta mi fe”.
Evangelio de este domingo