“HOY MISMO
SE HA CUMPLIDO ESTA PALABRA
DELANTE DE USTEDES”
Creo que a todos nos han llamado la
atención estas palabras de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí”. La
certeza, la seguridad, la humildad que hay en estas expresiones de Cristo,
debería movernos también a nosotros a abrirnos al Espíritu, seguros de que
cuanto el Espíritu Santo obre en nosotros, será beneficioso para la Iglesia y
para nosotros. Cuentan que Santa Teresita del niño Jesús decía: “¡Cuántas cosas
maravillosas haría Dios en las almas, si las almas se dejaran cultivar!”.
Jesús recibe el Espíritu que lo
mueve a “anunciar la Buena nueva a los pobres…”, pensemos en que Dios también
nos ha ungido a nosotros; que cada uno de nosotros es el Cristo, el ungido de
hoy, para los hombres de hoy a quienes tenemos que transmitirles la liberación
y la salvación del Evangelio. Por eso dejemos que el Espíritu obre en nosotros,
descienda sobre nosotros y actúe en nosotros como Él quiera y para lo que
quiera, aunque no siempre lo que Él quiera coincida con nuestro querer y
nuestro parecer. El pasaje al que se refiere el texto de hoy y que Jesús leyó
en la sinagoga, dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí: el Señor me
consagró por su Espíritu. Me envió a traer la Buena Nueva a los pobres, a
anunciar a los cautivos su libertad y a los ciegos que pronto van a ver. A
despedir libres a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc
4,18-19).
Como ven, la llegada de Jesús trae
una lluvia de beneficios para todos los adoloridos y la liberación de todos los
que sufren. A la luz de estas palabras, preguntémonos si es así como concibo yo
habitualmente a Jesús. Si es así como concibo mi propia vida cristiana. Dos mil
años después de la venida de Jesús, hay todavía mucho por hacer en este
sentido: en mi lugar de trabajo, en mi familia, en mis relaciones. Notemos que
la persona que anuncia esto tan humano, declara que a través de estas noticias
hay una “presencia de Dios”. No se trata sólo de filantropía o de acción
social… se trata del proyecto de Dios y de la acción de su Espíritu Santo, por
esto Jesús dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí…”.
Los que escucharon el sermón de
Jesús en la sinagoga, quedaron entusiasmados y animados por lo que decía, hasta
que el Señor no los tocó con sus palabras. Ahí se pusieron furiosos y hasta
quisieron matarlo. Esto hay que tenerlo en cuenta. Pasa también en nuestra
sociedad: la gente se entusiasma con los pastores o con los laicos cristianos y
aplauden sus discursos y sus opiniones, mientras no toquen sus intereses o su
modo de estar viviendo. En la sinagoga de Nazaret, Jesús les mostró su programa
de acción y se lo aplaudieron, pero cuando se puso a explicarlo, no quisieron
aceptar su enseñanza ni su decisión de hacer partícipes de los bienes de Dios a
todos los hombres, y no sólo a los hebreos. Orgullo, egoísmo y decisiones
asesinas: se enfurecieron –dice el texto- y lo arrastraron hasta un barranco
para arrojarlo desde ahí: ¡nada menos! Así pasa cuando los obispos o el Papa
tocan ciertos temas ¡muchos quisieran tener un barranco cerca! En casos así,
aprendamos a tener la serenidad de Jesús y su prudencia: “Jesús se abrió paso
entre ellos… y se alejaba” –dice el evangelista-.
La Palabra de Dios es eterna. El
pasaje de Isaías tenía centenares de años, pero no era un documento del pasado.
Lo mismo podemos decir ahora: también Hoy el Señor nos interpela.