Un niño nos ha nacido un hijo se
nos ha dado
La Navidad es ante todo el
nacimiento de un niño. Es la celebración de una nueva vida humana. Ciertamente
es un Niño muy especial, es Dios hecho Niño. Pero en esta noche para llegar a
Dios hemos de pasar por el Niño, por la condición humana que asumió, por su
humano nacer en un ámbito tan sencillo, que en su sencillez pasa desapercibido
en la tierra en la que nace: ha de ser proclamado por los ángeles. Los ángeles
anuncian a los sencillos pastores el nacimiento de un “Salvador, del Mesías,
del Señor”, pero en un contexto nada indicado para quien así era titulado.
Todos esos títulos pertenecen a esa pobre criatura que nace entre pajas en un
pesebre. Los ángeles proclaman la gloria de Dios, mientras que quizás los
pastores deslumbrados y a la vez sorprendidos van a cerciorarse de lo
anunciado. Serán los primeros que rindan tributo al Niño y los primeros
predicadores de quién era ese Niño. Necesitaron la fe para ver en el Niño al
Salvador, al Mesías al Señor. Creyeron y dieron gloria a Dios, como lo habían
hecho los ángeles.
Nuestra acogida al Niño. La
ternura.
Ese ámbito de lo sencillo es el
ámbito también de la ternura. Ternura es lo que desprende siempre el Niño. La
perciben María y José, la perciben los pastores, debemos percibirla nosotros.
La ternura nos dignifica, es amar sin más, desde lo hondo del ser. En Navidad
todos nos hacemos un poco niños, nuestros posos infantiles afloran a la
superficie: somos capaces de jugar con los juguetes de los niños, de ver las
películas que ellos ven, sentimos la necesidad del calor afectivo de otros/as.
Nos volvemos tiernos. Ojalá sea así. La ternura no es un retroceso a épocas
pasadas de la vida, supone aflorar lo mejor que hay en nosotros: cambiar
nuestra mirada inquisitiva, sabidilla, censuradora, con flecos de superioridad,
por la del amor, por la mirada de quien se ve uno más entre los otros, débiles
como ellos, necesitado de calor afectivo y capaz de darlo. La ternura es fruto
de la inteligencia que descubre nuestra verdad, y del amor en su estado más
puro y más sencillo y… más generoso, el amor de quien, ante el cuidado o la
caricia al niño, sólo espera de él su sonrisa.
La ternura es hacerse niño como lo
entendía Jesús. De ellos es el reino de los cielos. Niño se hizo Dios para
entrar en nuestro “reino”… para que fuera el de los cielos. Como niño hay que
hacerse para entrar en el Reino de Jesús. A los niños Dios les ha revelado el
misterio, no a los sabios y entendidos. También el misterio de la Navidad.
Niños hemos de hacernos para entender y vivir y celebrar la Navidad. En
nosotros ha de nacer el niño que somos.
Luz en la noche.
Misa en medio de la noche, como el
anuncio a los pastores. La noche que puede aludir a momentos de oscuridad en
nuestra vida, que quizás estos días se viven más profundamente; por el recuerdo
de las ausencias de quienes en otras Nochebuenas estuvieron presentes; pero
noche iluminada por la luz que viene del cielo y nos hace descubrir la gloria
de Dios en un Niño recién nacido. Es la misa del triunfo de la esperanza, sobre
la frustración, de la alegría sobre el dolor. Es la noche de Dios con nosotros.
El nacimiento de Jesús, según san Lucas...
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