Yo soy la resurrección y la vida
Estamos en el último tramo de la Cuaresma y
seguimos leyendo el evangelio de san Juan, que servía de catequesis para los
que se preparaban a recibir el bautismo. La catequesis bautismal enseñaba que
el encuentro con Cristo incorporaba a la vida. Para los cristianos el bautismo
ponía a los fieles al amparo y al cobijo de los méritos de Cristo. Pero este
encuentro no suprime la debilidad y la fragilidad de la naturaleza humana. Sólo
la fe en Jesús nos podía hacerles superar el último límite de la vida. Es lo
que se propone con el milagro de hoy.
Los domingos anteriores presentaban a Cristo como
agua que sacia la sed de la samaritana; como luz que abre los ojos al ciego
para una nueva visión de la vida. En el evangelio de hoy Jesús aparece, de una
parte, frágil y entrañable ante la muerte de uno de sus mejores amigos. Ante
los sollozos de sus hermanas no puede contenerse y se echa a llorar. Se le
rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Pero, por otra
parte, se presenta con todo su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la
vida». Todos estos evangelios son como trazos de un descubrimiento del gran
mensaje de la Pascua, que es vida y vida abundante para todos. A ella debemos
orientar nuestra mirada, para no quedarnos sólo con la Cuaresma.
Más allá de lo material, está el acto de fe en
Cristo Salvador, al cual introducía el sacramento del bautismo. A pesar de
dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la
muerte. Sólo en Él encontramos una esperanza de vida.
Boletín semanal de la Diócesis de Punta Arenas - Chile