¿Cuántas
veces tengo que perdonar...?
No es
una pregunta teórica, ni el inicio de un debate entre expertos, ni la
introducción retórica a un discurso. Se trata, más bien, de una cuestión que
arranca de la experiencia universal de las relaciones humanas y su complejidad.
La
presencia de los otros en nuestra vida es motivo de grandes satisfacciones,
pero también de inevitables roces y heridas. Roces y heridas ante los que
reaccionamos. Hay una reacción, aparentemente muy natural, que es la de la
venganza. Incluso hemos teorizado sobre ella. Es la llamada ley del talión. Las
personas, y los pueblos, reclamamos el derecho de responder a nuestros
agresores, dándoles una respuesta contundente, reparadora y disuasoria a su
acción. ¿Quiénes de nuestra generación no recuerdan aquella operación que quiso
llamarse “justicia infinita”?
Aparentemente
muy natural, y muy asentada en nuestra cultura, como en tantas otras, pero ¿es
la mejor respuesta a una herida? Jesús plantea otro modo de actuar: presenta la
otra mejilla, dale además de la túnica el manto, y camina dos millas con quien
te obligue a andar una (Mt 5,38-42). Él reconoció ese modo de actuar en algunos
humanos: “bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán
misericordia” (Mt. 5, 7) y fue su propio modo de actuar cuando pidió al Padre
desde la cruz que perdonara a quienes le maltrataban (Lc 23,34).
Para
Jesús, acierta en la vida, quien es capaz de perdonar. No sólo de olvidar,
remedando el dicho, no sólo mirar para otra parte o no darse por enterado del
daño en cuestión. El perdón es algo más: es aceptar al otro como es,
comprenderle en su fragilidad y amarle sin condiciones. Es entender también que
la violencia engendra nuevas violencias. Perdonar una y otra vez, no sólo hasta
siete veces (número alegórico de multitud) sino hasta setenta veces siete: siempre.
Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile
Programa radial de este domingo
emitido por radio Polar al mediodía.