01 junio, 2014

ASCENSIÓN DEL SEÑOR


La glorificación del Crucificado

Le vemos elevándose hacia el cielo, sobre la nube, ¿será que nos abandona? Menudo enigma. ¿Qué guarda ese Jesús de nuestros desvelos?

Ese Jesús a quien seguimos, al que abandonamos, huyendo, cuando acabó colgado de una cruz... Ese Jesús que confesamos, hace unos días, en una noche mágica… Ese Jesús, vive. No busquemos entre los muertos a quien vive.

Han pasado cuarenta días. Todo un trecho. Las cosas requieren su pausa, no nos caen encima, así, sin más. Necesitamos la obra del tiempo. Un tiempo para madurar. Un tiempo para aprestarnos a la gran tarea, ser testigos de lo insólito: nuestra certeza de que el Crucificado vive y ha sido glorificado.

No es sencillo percibir lo hondo. Somos torpes, cierto. También es cierto que esa verdad última escapa a nuestra capacidad porque está más allá de cualquier posibilidad nuestra. Calma. No nos inquietemos. El Espíritu viene en nuestra ayuda. Él nos encamina hacia la verdad, tan entera como esquiva. Su aliento alimenta nuestra mirada y nuestro coraje.

La verdad de Jesús, que pasó haciendo el bien, su vida, su palabra, sus signos liberadores, confirmada de lleno y sin fisura por el Padre. ¿Qué otra cosa nos dice nuestra fe en su exaltación gloriosa? ¿Qué grita esa voz inaudible sino que Jesús, el Señor, a la derecha del padre, tiene el poder de liberarnos a todos, a cada uno, uno por uno? Un abrazo universal. Nada de límites. Nada de fronteras. Nada de muros. No hay rincón que no recoja la savia de vida que Jesús, el Señor, da. Da. Sin más.

No corramos. Paremos un instante. ¿Confiamos de verdad en la esperanza a que hemos sido llamados?

No pensemos, sin embargo, que hemos logrado la meta. Estamos en la puerta de salida. ¿Nos quedaremos fascinados mirando al cielo? No. Nunca. Caminemos a Jerusalén. Pongámonos manos a la obra. Emprendamos cada día el camino, empeñados en la lenta tarea, siempre recomenzada, de la evangelización.

Y, en medio de incertidumbres, de oscuridad, del sentimiento de la inutilidad de nuestra tarea, de fracasos, caídas y debilidades nunca superadas, confiemos, no perdamos la confianza en Aquél que dijo que estaría con nosotros hasta el fin del mundo. Guardemos siempre ese hilo de confianza. Nuestro bien más preciado.


El mismo que nos ha dejado, volverá. ¡Ven, Señor Jesús!

Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile