1 DE NOVIEMBRE DE 2012
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
“Alégrense
y regocíjense entonces,
porque
ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.”
La Iglesia nos convoca hoy para celebrar y recordar
a todos los santos. Es un día esplendoroso que nos repite algo ya conocido: son
muchos los hombres y mujeres que pasaron por esta tierra tratando de hacer el
bien, siguiendo las huellas de Jesucristo. La fiesta nos dice, también, que
vivir en esta tierra no es caminar desorientados o perdidos en la noche. Nos
dice que estamos sobre la tierra como producto del amor de Dios. Su llamada
universal a la santidad es la certeza de que ante Él todos somos iguales y a
todos nos espera cumpliendo su deseo. La llamada, por tanto, afecta a todos ya
que todos somos hijos de Dios. Muchos hombres y mujeres a lo largo de la
historia respondieron con fidelidad a esa llamada. Hoy los recordamos a todos,
englobados en esa unidad donde no se destacan nombres o particularidades. Son
multitud, gracias a Dios, y son la constatación de que la santidad está al
alcance de todos. Es día para dar gracias por el triunfo de la gracia en estas
buenas personas. Ellas siguen señalando el camino por donde imitar a
Jesucristo.
La santidad, en este sentido, no es otra cosa que
vivir coherentemente esa condición filial, conscientes de que responder a esa
llamada es responsabilidad de cada uno. Es verdad que en esa respuesta nos
jugamos nuestra felicidad. Es lo que nos propone Jesús en el Evangelio al
ofrecernos las bienaventuranzas como camino seguro hacia una vida dichosa ya
aquí, mientras vamos caminando hacia el encuentro definitivo y pleno con Dios.