30 julio, 2010

AGOSTO: EL MES DEL NAZARENO.




¡VICTORIOSOS CAMINEMOS!

Desde Chiloé hasta el canal Beagle, por la costa de los dos océanos que bañan la América Meridional, ciudades y poblados verán en este agosto flamear las banderas de lila y amarillo avisando a los vientos que la fe en Jesús Nazareno está viva. Los pasacalles aprendidos de los misioneros hispanos resonarán a bordo de las lanchas en los mares de Chiloé y Aisén y despertarán a las almas dormidas en las ciudades patagónicas de Chile y Argentina.

Desde Caguach a Punta Arenas hay un hilo devocional que conecta a los dos santuarios dedicados al Señor de la misericordia y el amor haciendo desbordar a un mismo compás y a una misma melodía los versos heredados de los mayores: “A Jesucristo adoremos y con tierno corazón las caídas contemplemos que el Señor dio en su pasión”.

Adorar y contemplar con ternura el sacrificio de Jesús. ¡Cómo no dejarse enternecer ante las imágenes labradas para transmitir el único Evangelio: “Jesús me amó y lo hizo todo por mí”! Parafraseando la copla tradicional contemplo la imagen del Nazareno y me digo: “tu imagen Jesús es un libro que en muda elocuencia enseña la ciencia del amor de Dios por sus hijos”.

Honor y Gloria a Jesús Nazareno y a los centenares y centenares de familias católicas de Chiloé, misioneros que en el silencio y el anonimato de la vida cotidiana por casi dos siglos han evangelizado la Patagonia.

¡ABRAZADOS A LA CRUZ!

La bandera nazarena con la cruz radiante sobre fondo morado, anuncia la muerte de Jesús y proclama su victoriosa resurrección renovando la esperanza de nuestras comunidades.

En este año de bicentenarios nuestra bandera nos llama a valorar nuestra cultura plasmada con tantos valores y actitudes aprendidos por nuestros mayores en la “escuela” del Nazareno, junto al fogón campesino o en la cocina del migrante donde el evangelio y la vida de Jesús se conversa entre mate y mate, en el atardecer a bordo de la lancha cuando los relatos fantásticos dejan siempre un espacio para contar las experiencias de la fe propias, o de aquellas aprendidas de los mayores.

Porque lo más valioso que podemos festejar en el bicentenario es el alma de Chile, alma creyente y esperanzada, justiciera y solidaria, fuerte en la adversidad y libertaria, respetuosa del anciano y del niño, comprensiva del joven y del diverso, confiada en la Providencia de Dios y en la eficacia del trabajo comunitario; alma cristiana de Chile que aprendió de Jesús Nazareno a creer en la vida y a defenderla para que la muerte, cuando llegue, también tenga un sentido y pasemos a más vida.