La glorificación del Crucificado
Le vemos elevándose hacia el cielo,
sobre la nube, ¿será que nos abandona? Menudo enigma. ¿Qué guarda ese Jesús de
nuestros desvelos?
Ese Jesús a quien seguimos, al que
abandonamos, huyendo, cuando acabó colgado de una cruz... Ese Jesús que
confesamos, hace unos días, en una noche mágica… Ese Jesús, vive. No busquemos
entre los muertos a quien vive.
Han pasado cuarenta días. Todo un
trecho. Las cosas requieren su pausa, no nos caen encima, así, sin más.
Necesitamos la obra del tiempo. Un tiempo para madurar. Un tiempo para
aprestarnos a la gran tarea, ser testigos de lo insólito: nuestra certeza de
que el Crucificado vive y ha sido glorificado.
No es sencillo percibir lo hondo.
Somos torpes, cierto. También es cierto que esa verdad última escapa a nuestra
capacidad porque está más allá de cualquier posibilidad nuestra. Calma. No nos
inquietemos. El Espíritu viene en nuestra ayuda. Él nos encamina hacia la
verdad, tan entera como esquiva. Su aliento alimenta nuestra mirada y nuestro
coraje.
La verdad de Jesús, que pasó
haciendo el bien, su vida, su palabra, sus signos liberadores, confirmada de
lleno y sin fisura por el Padre. ¿Qué otra cosa nos dice nuestra fe en su
exaltación gloriosa? ¿Qué grita esa voz inaudible sino que Jesús, el Señor, a
la derecha del padre, tiene el poder de liberarnos a todos, a cada uno, uno por
uno? Un abrazo universal. Nada de límites. Nada de fronteras. Nada de muros. No
hay rincón que no recoja la savia de vida que Jesús, el Señor, da. Da. Sin más.
No corramos. Paremos un instante.
¿Confiamos de verdad en la esperanza a que hemos sido llamados?
No pensemos, sin embargo, que hemos
logrado la meta. Estamos en la puerta de salida. ¿Nos quedaremos fascinados
mirando al cielo? No. Nunca. Caminemos a Jerusalén. Pongámonos manos a la obra.
Emprendamos cada día el camino, empeñados en la lenta tarea, siempre
recomenzada, de la evangelización.
Y, en medio de incertidumbres, de
oscuridad, del sentimiento de la inutilidad de nuestra tarea, de fracasos,
caídas y debilidades nunca superadas, confiemos, no perdamos la confianza en
Aquél que dijo que estaría con nosotros hasta el fin del mundo. Guardemos
siempre ese hilo de confianza. Nuestro bien más preciado.
El mismo que nos ha dejado,
volverá. ¡Ven, Señor Jesús!
Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile