No llores.
Pocas experiencias hay tan dolorosas en
la vida de la persona como la pérdida de un ser querido. El amor no es eterno.
La amistad no es para siempre. Tarde o temprano, llega el momento del adiós. Y,
de pronto, todo se nos hunde. Impotencia, pena, desconsuelo; parece que nuestra
vida ya no podrá ser nunca como antes. ¿Cómo recuperar de nuevo el sentido de
la vida?
Lo primero es recordar que liberarse del
dolor no quiere decir olvidar al ser querido o amarlo menos. Recuperar la vida
no es una deshonra ni una ofensa a la persona que se nos ha muerto. De alguna
manera, esa persona vive en nosotros. Su amor, su cariño, su manera de ser nos
han enriquecido a lo largo de los años. Ahora, hemos de seguir viviendo.
Hemos de elegir entre hundirnos en la
pena o construir de nuevo la vida; sentirnos víctimas o mirar hacia adelante
con confianza. El pasado ya no puede cambiar. Es nuestra vida de ahora la que
podemos transformar. Reiniciar las actividades abandonadas; proponernos vivir
una hora, esta tarde, un día, sin mirar, cada vez, con angustia todo lo que nos
espera.
Tal vez, por dentro se nos acumulan toda
clase de sentimientos cuando recordamos al ser querido. Momentos de gozo y de
plenitud, recuerdos dolorosos, heridas mutuas, penas compartidas, proyectos que
han quedado a medias. Cómo ayuda entonces poder comunicar lo que se siente a
una persona amiga; poder llorar con alguien que comprende nuestro dolor.
Puede brotar también en nosotros el
sentimiento de culpa. Ahora que hemos perdido a esa persona, nos damos cuenta
de que no la hemos comprendido, que la podíamos haber querido mejor. No es
justo torturarnos ahora por errores cometidos en el pasado. Sólo sirve para
deprimimos. Es verdad que nuestro amor siempre es imperfecto. Ahora lo
importante es aprender a perdonamos a nosotros mismos y sentirnos perdonados
por Dios.
A veces no es fácil recuperarse. La
ausencia del ser querido nos pesa demasiado, y la tristeza y el desconsuelo se
apoderan de nosotros una y otra vez. Puede ser el momento de acudir a la propia
fe. Desahogarse con Dios no es pecado. Dios no rechaza nuestras quejas. Las
entiende. Cuántos creyentes han encontrado de nuevo la fuerza y la paz en esa
oración. “No sé lo que hubiera hecho si no hubiera tenido fe”; “Dios me está
dando la fuerza que necesito”.
El evangelista Lucas nos describe una
escena conmovedora que invita a despertar nuestra fe. Al acercarse a la pequeña
aldea de Naím, Jesús se encuentra con una viuda que ha perdido a su hijo único
al que llevan a enterrar. Al verla, Jesús se conmueve. Y de sus labios salen
dos palabras que hemos de escuchar desde lo más hondo de nuestro ser como
venidas del mismo Dios: “No llores”.
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